Luces y sombras del Barroco español
Jueves 28 | 19h | Museo Arqueológico
Delia Agúndez, soprano
Carles Magraner, director y viola da gamba
Robert Cases, vihuela y tiorba
Como reacción al arte renacentista, formal, normativo y desnudo; surge el estilo barroco con contrastes acusados, gran libertad creativa, exageraciones pasionales y teatralidad. Uno de los aspectos pictóricos más aparentes y meritorios del estilo barroco es el claroscuro. Consiste en hacer incidir la luz sobre objetos y personajes, creando unos efectos potenciados de luces y sombras que determinan una tenebrista atmósfera y perspectiva.
En el primer Barroco la pintura se caracterizaba por los contrastes que producían las luces y las sombras y así la música fue ganado en independencia y expresión en su búsqueda por nuevas texturas, nuevas formas y cauces de expresión, resurgiendo la monodia y abrazándose a la tonalidad en detrimento de la modalidad.
El programa de concierto que presenta Capella de Ministrers se configura en torno a esta premisa: el paso del Renacimiento al Barroco en la música española desde 1500 a 1650 con una amalgama de autores y cancioneros, desde el célebre Cancionero de Palacio hasta el de Sablonara, desde Luys de Milan hasta Mateo Romero. Repertorio cortesano, músicas para el teatro o citadas en la obra de la máxima figura de la literatura española: Miguel de Cervantes, donde encontramos una fuente inagotable de referencias a las costumbres musicales, la danza y la música de la España del siglo XVI y principios del XVII.
Constituye toda su obra un compendio de elementos musicales que intensifica acciones teatrales, vincula escenas dramáticas o ilustra personajes, muchos de ellos músicos, como incluso el mismo Don Quijote: «Quiero que sepas, Sancho, que todos o los más caballeros andantes de la edad pasada eran grandes trovadores y grandes músicos, que estas dos habilidades, o gracias, por mejor decir, son anejas a los enamorados andantes».
Sirva la propuesta musical que se presenta, conjugada de repertorios pretéritos, para adentrarnos en un mundo de luces y sombras, de obras o intenciones, sin la mayor pretensión que provocar en el espectador el deleite o la curiosidad desde el rigor que exige cualquier interpretación musical, con la súplica a uste, oyente, que este conjunto de músicas las “reciba agradablemente en su protección, para que a su sombra, aunque desnudo de aquel precioso ornamento de elegancia y erudición de que suelen andar vestidas las obras que se componen en las casas de los hombres que saben, ose parecer seguramente en el juicio de algunos que, continiéndose en los límites de su ignorancia, suelen condenar con más rigor y menos justicia los trabajos ajenos; que, poniendo los ojos la prudencia de Vuestra Excelencia en mi buen deseo, fío que no desdeñará la cortedad de tan humilde servicio” (El Quijote, dedicatoria de la Primera Parte, 1605).